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Samsa, el mártir de la familia

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Vidas imaginarias/ Kafka y su cascarudo.
Por Silvia Hopenhayn
Para LA NACION


Gregorio Samsa es el único personaje de la literatura universal que de la noche a la mañana se despierta transformado en cascarudo. Algunos afirman que su aspecto se asemejaba más al de un escarabajo; otros, que se parecía más bien a una cucaracha. No se sabe a ciencia cierta en qué clase de insecto se convirtió, pero podemos tratar de resolver el enigma de la transformación apelando a su biografía.

Hijo primogénito de una familia checa desclasada, vivía en Charlottenstrasse, frente a un hospital cuya visión llegó a maldecir. Se levantaba todos los días al alba para ir a trabajar. "Esto de levantarse temprano lo vuelve a uno idiota", se decía. Viajaba todo el tiempo, llevando muestrarios de tejidos y mercancías. Estaba atento a los trasbordos de trenes, para no perder las combinaciones. Comía mal y su relación con las personas era efímera y cambiante.

No le gustaba su trabajo, pero amortiguaba las quejas por su sentido de la responsabilidad familiar. Su padre había llevado el negocio a la quiebra, con lo que había contraído una deuda que Gregorio se había propuesto saldar. Era el único capaz de hacerlo. Su madre tenía asma y el solo andar por la casa le requería esfuerzo. A partir de la ruina financiera, su padre se pasaba horas tirado en el sofá, con una bata como uniforme y el pelo blanco enmarañado, exhibiendo una decrepitud anticipada. Tantos años sin trabajar lo habían vuelto grasoso y pesado.

Grete, la hermana de Samsa, era todavía una adolescente. Él la cuidaba como un bien personal. Ahorraba dinero para financiarle los estudios de violín en el conservatorio. Toda la plata que Gregorio ganaba era para los suyos. Ponía sobre la mesa las comisiones que conseguía como viajante de comercio y las ofrecía a su agradecida familia. Ellos se habían acostumbrado a recibirlas todos los meses. Gregorio lo hacía con todo gusto. Por las noches ni siquiera salía: prefería dedicarse a realizar tareas de marquetería o a estudiar los horarios de los trenes.

La metamorfosis
Sucedió de pronto, una mañana, al despertar de una noche plagada de sueños intranquilos. Según cuenta Franz Kafka, Samsa apareció tumbado sobre su dura y coriácea espalda, con el vientre abombado, marrón, dividido por arqueadas callosidades, sacudiendo sus muchas patas "lastimosamente delgadas". Era un día de lluvia: caían gotas gruesas. Nunca había faltado ni llegado tarde al trabajo. Su madre le había golpeado la puerta y le había avisado con voz suave que faltaban quince minutos para las siete. Gregorio quiso responderle con dulzura, pero lo único que consiguió emitir fue un "irreprimible y doloroso" silbido. También su voz era otra.

Imposibilitado de salir de la habitación, tuvo que soportar las amenazas del gerente de la empresa, que vino en persona para echarle en cara su demora y llevárselo al trabajo.

La insistencia del gerente y de su propia familia lo obligaron a contestar. Lo hizo con su silbido animal. Estaba dispuesto a exponerse, "ansioso por ver lo que los otros, que tanto lo llamaban, dirían al verle. Si se asustaban, él ya no sería responsable y podría estar tranquilo". El espanto podía librarlo de la culpa. Ellos decidieron llamar simultáneamente a un médico y un cerrajero.

Cuando por fin lograron abrir la puerta, fue un verdadero escándalo. El gerente, al verlo, huyó despavorido, arrastrando su barba por la baranda de la escalera. La madre saltó hacia atrás con los brazos abiertos, pidiéndole socorro a Dios. El padre reaccionó violentamente: agarró un bastón y un diario enrollado para amenazar a su hijo y mantenerlo encerrado en su habitación.

Las primeras semanas, Grete fue la única que se animó a entrar. Lo alimentaba con restos: verdura medio podrida, huesos bañados en salsa blanca solidificada y queso de olor muy fuerte.

Pasado un mes, Gregorio hizo un intento de acercamiento. En lugar de esconderse cada vez que ella entraba, la esperó posado en la ventana. Cuando su hermana percibió la figura amarronada con las patas pegadas al vidrio, retrocedió de inmediato y cerró sus ojos tan fuertemente como la puerta. En ese momento, él se dio cuenta de que su visión era insoportable para los demás y, con humilde resignación, se cubrió el cuerpo con una sábana. Le llevó cuatro horas lograrlo.

La habitación
En los últimos meses de su vida, Samsa se distraía con nuevas costumbres: trepar por las paredes o mirar por la ventana con sus patas atornilladas al vidrio. Colgarse del techo le daba un placer especial (un día se le desprendieron las patas del cielo raso y se estrelló contra el piso). En su recorrido iba dejando pegamento en las paredes y por el suelo. Su hermana advirtió por esas marcas lo que él hacía y le pareció que los muebles le estaban dificultando aquel único y limitadísimo placer. Quitó el baúl y el escritorio para abrirle el camino. Grete quería convertir la habitación en un lugar donde su hermano "fuera el único señor de las paredes desnudas". Esto acongojó a su madre:

Es como si al sacar los muebles quisiéramos decir que abandonamos toda esperanza de mejoría y que lo abandonamos a su suerte. Creo que lo mejor sería dejar la habitación exactamente como estaba antes, para que si Gregorio vuelve con nosotros lo encuentre todo igual y pueda olvidar más fácilmente esta época.

Madre e hija llegaron a un acuerdo y despejaron la habitación. Gregorio, que en un principio se había emocionado al ver entrar a su madre, aunque había permanecido oculto para no asustarla, sintió que le estaban quitando sus recuerdos. Salió de su escondite para salvar, al menos, un cuadro colgado en la pared. Se montó sobre el marco, apretando sus patas contra el cristal. En ese momento la madre vio la enorme mancha marrón en el empapelado floreado. Gritó "¡Oh Dios, oh Dios!" y se desmayó.

Cuando el padre regresó de su nuevo trabajo (ahora vestía un "terso uniforme azul con botones dorados y reluciente peinado a raya") y se enteró del episodio, llenó sus bolsillos con manzanas del frutero que estaba en el aparador y comenzó a lanzárselas a Gregorio. Una de ellas se le incrustó en la espalda, provocándole una herida que jamás cerraría. Lo último que pudo ver fue a su madre pidiéndole a su padre que le perdonara la vida. Y otra vez, la puerta se cerró.

Desde la metamorfosis, el mundo de Samsa, reducido a su habitación, también se había transformado. En su última etapa, era el lugar de los trastos. Sobre todo cuando subalquilaron un cuarto a tres caballeros barbudos. Para ese entonces, Gregorio caminaba con dificultad: estaba cubierto de polvo, hilos, pelos y restos de comida. Ya nadie le prestaba atención. Sólo entraba en la pieza una sirvienta huesuda que lo torturaba con amenazas. Escoba en mano, le decía con sorna: "Ven aquí, viejo escarabajo".

Violín y muerte
El día en que Gregorio escuchó tocar a su hermana el violín, olvidó por completo su naturaleza oprobiosa. Colmado de emoción, se asomó por la rendija para escucharla mejor y se encontró con la indiferencia de los tres caballeros barbudos, que se mostraban hartos, decepcionados de la música y expulsaban el humo de sus gruesos cigarros con total descortesía. Gregorio no soportó aquel desprecio y, lentamente, avanzó hacia el comedor. Los inquilinos, escandalizados por la irrupción del bicho, se fueron sin pagar el alquiler, después de escupir en el piso, según dijeron, "en consideración a las repugnantes circunstancias que se dan en esta casa y familia".

Grete, sin comprender el gesto agónico de su hermano para vengarla de aquellos mediocres, le dijo a su padre que había llegado la hora de echar a Gregorio. "Espanta a los huéspedes; sin duda quiere quedarse con toda la casa y hacernos pasar la noche en el callejón." Samsa volvió jadeante a su habitación. Las palabras de su hermana se le incrustaron en la herida. Nunca llegó a irse. Esa madrugada, "cuando el reloj de la torre dio las tres", inclinó su cabeza para ver despuntar el alba tras los cristales y de su hocico salió débilmente un último aliento.

La sirvienta huesuda lo halló por la mañana de la misma forma en que Gregorio se había despertado el día de la metamorfosis: patas para arriba.

DESPERTAR COMO BICHO
Por Lorenzo Quinteros

No hay una anterioridad de Gregorio. Él despierta y ya es un bicho, un ser humano transformado. Yo siempre me lo imaginé despertando patas para arriba, mirando el techo, el cielo raso, e imaginando que es otro. Lo que más me interesa de Gregorio es que la suya no es una decisión racional. Es el cuerpo el que se manifiesta. El cuerpo decide, una noche, amanecer de otra manera.

Lorenzo Quinteros es actor, interpretó a Gregorio Samsa en una versión de La metamorfosis dirigida por Ricardo Holcer y Máximo Salas.

DEL ASCO AL DESCONSUELO
Por Liliana Bodoc

Mi relación con Gregorio no fue fácil. Empezó como un golpe en las tripas: me dio como asco. Yo tenía 16 o 17 años y siempre le tuve miedo a los bichos? Encontrarme con este tipo que se transformó en cascarudo de la noche la mañana me generó una fuerte repulsión. Por eso no llegaba a imaginármelo, más bien tendía apenas a delinearlo.

Es una gran apuesta apartarse del Homo sapiens, correrse un poco, abrir otras ventanas, hurgar en la realidad humana con otros parámetros, otras visiones. Con la visión del escarabajo, de la montaña o la del águila. Mirarnos siempre desde nuestra altura -¡que no es tanta como lo que imaginamos!- nos empobrece. Mirarnos desde aquella criatura que podríamos pisar si quisiéramos me parece que puede ser muy interesante y puede darnos una visión de nosotros mismos más prudente, más sensata y, paradójicamente, mucho más humana.

Me queda de Samsa una sensación de desconsuelo. La sensación que dejan los mártires, los que se inmolan, los que, obviamente, no son comprendidos ni respaldados por su entorno. La imagen de un crucificado boca arriba.

Liliana Bodoc es escritora. (Testimonio recogido de Biografías fantásticas, Canal á).

MORIR POR LOS DEMÁS
Por León Rozitchner

El fundamento de la familia de Gregorio Samsa era vivir bien a costa del hijo. Delegan en él la función del pobre Cristo que tiene que sacrificarse y morir para que los otros vivan libres de pecado. ¡Familia miserable que lo vuelve desdichado y por la cual él sigue sintiendo amor!

León Rozitchner es filósofo.
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