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06072017

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LAS PEQUEÑAS GRANDES MARAVILLAS

En ciertos atardeceres de éste verano del último año del segundo milenio, me hizo fijar la atención en algo, que se debe estar repitiendo hace ya veintidós años (que ocupo ese lugar en ese tiempo veraniego) y que en otros lugares, será un repetir “eterno” puesto que lo que voy a relatar es “una de tantas danzas como ejecuta la vida en su devenir”.
Caía, digo, la bellísima tarde veraniega y andaluza y desde el lugar que ocupo en la ribera del “río Jaén”, principio de la antes campiña (hoy inmensos olivares) y donde se inicia el suave declive que marca en valle del Guadalquivir en ese lugar, el que bajando y ondulando campos y tierras, termina en Sanlúcar de Barrameda, que es donde “el padre de Andalucía”, entrega su hoy contaminado... caudal; a su padre natural, cual es el inmenso mar.
Suelo ver casi cada día (como ocurrió aquel); “al carro de Helios”, cuando se pierde en la lejanía, se convierte en un disco enorme y rojizo, y va “perdiéndose”
en ese lugar donde ya la noche, hace tiempo que empieza su lucha contra la brillante luz que en principio la anula. Es ese tiempo que similar al del amanecer, pero diferente totalmente; marca en el firmamento y en la propia alma del observador... una paz difícil de narrar por cuanto ello no es posible, puesto que algunas veces, ese silencio que impone la antesala de cada principio y fin del cotidiano día, viene acompañado de, “ciertas músicas y armonías que cuasi imperceptibles, muy pocos saben apreciar”. Y fue en uno de esos momentos cuando, “algo”, me indicó y dijo. ¡Mira!.
Miré y lo que vi en un principio nada me dijo, los quince o veinte metros de distancia, me impedían ver “lo que se me indicaba”; sentí de nuevo el impulso y miré con más fijeza y entonces me di cuenta de “los compases de la danza”; unos cuerpos pequeños y emplumados, danzaban a un ritmo veloz y acompasado, por encima del agua de la piscina del chalé. Su velocidad y ritmo y algún “chillido” armonioso, ponían el contrapunto a aquel extraño y apacible ballet natural. Eran un grupo de golondrinas que volaban siempre ocupando el rectángulo que ocupa el agua de la piscina, bajando y subiendo de nivel pero siempre por encima del agua de la misma. Vendrán a beber (pensé) pero por más que me fijé, la superficie completamente lisa del agua, me indicaba que no era “cortada” por el pico de ninguna de aquellas aves, las que siguieron danzando ante mi vista (me había acercado sigilosamente unos metros) y sin alterar su ritmo por mi presencia, que seguro advirtieron y quizá, “ya sabían que quien se acercaba era amigo” (nunca molesto a ningún animal si él no me molesta a mi); por ello me senté bajo “la rugosa oliva” (sólo hay una en el jardín) para seguir observando.
En un momento y ya cuando empiezan a caer los primeros velos de la noche, las golondrinas se van marchando del lugar, ordenadamente y una a una (habría una docena aproximadamente) y cuando sólo quedan cuatro o cinco, aparece “el segundo cuerpo de baile”, y entra en la danza sin interferir en nada a la que ejecutan las golondrinas. Se trata de un mamífero y no puede ser otro que un murciélago, el que con ritmo “más vivo y revuelto”, “cabriolea, sube y baja” y al parecer, va empujando a las golondrinas, las que se van marchando a sus nidos (supongo) pero eso sí, ordenadamente y a medida que lo van haciendo, entran en “el escenario”, nuevos componentes del segundo cuerpo de baile y se completa el extraño y bello “ballet”, con otra cantidad similar de murciélagos que siguen danzando, subiendo y bajando, en un rapidísimo ritmo, pero sin salirse de los no más de 45 m2 que ocupa el rectángulo del agua. Sigue anocheciendo y antes de marcharse éstos mamíferos, si que “se despiden” con una especie de “reverencia o saludo”. Van bajando y en un vuelo rasante a ras de agua, beben de la misma, con un imperceptible toque en el líquido elemento y se van marchando uno a uno, hasta que el lugar y el agua quedan en una quietud, que en ese momento nada interrumpe.
Pero... ¿Qué ha ocurrido antes del acto final?; puesto que pienso que la Madre Naturaleza, no pierde el tiempo “en bailes y danzas” donde se consume energía inútil; y entonces caigo en la realidad, que es la siguiente. Cuando queda la piscina en reposo y no estamos ni los seres humanos, ni funciona “la depuradora”; acuden a cientos, los mosquitos y otros insectos que vuelan sobre el agua y es claro; las golondrinas vinieron “a cenar antes de dormir”; los murciélagos, a tomar su primer alimento y a tomar agua puesto que, “acababan de levantarse y empezaba su trabajo nocturno”.
¡¡Oh maravillas de esa Naturaleza, que nada pierde ni desaprovecha!!.
Efectivamente; todo es vida y movimiento, creación continua que quien es observador, ve con profusión: veamos (pues) en la continuación del relato otra, de las que yo denomino... PEQUEÑAS GRANDES MARAVILLAS.
A nuestro alrededor, delante de nuestros propios ojos, con enorme profusión de hechos surgen y se pueden ver y apreciar con la máxima capacidad que cada ser humano posea, las maravillas que nos rodean, que nos asombran, que nos empequeñecen incluso y que sobre todo, nos invitan constantemente a pensar y meditar sobre todo ello y que reitero, es maravilla difícil de catalogar o calibrar y de ahí mi definición. A medida que envejezco y considero “que me voy haciendo”, las veo con mucho más deleite y detalle, aunque he de decir que esa atracción me viene desde niño.
Y era yo niño cuando vi por primera vez, lo que relataré después y lo pude ver en una de las mejores películas “en colores” que yo he visto, puesto que estoy hablando de hace ya cincuenta años y sin embargo aquellas imágenes aún vibran en mi memoria y me transmiten “algo” de aquel asombro inicial con que pude observar aquel grandioso espectáculo, debido a un hombre que supo hacer cine para la posteridad (Walt Disney). Curiosamente no fue película de lo que a él le dio su gran fama, aún hoy explotada a nivel mundial, no; fue una película documental y que creo recordar se titula: “El desierto viviente” y en la que aquel genio, logra reunir un equipo magnífico y en ella nos ofrece, las veinticuatro horas de un día, en el Desierto del Sur de EE.UU. (Arizona, Nuevo México, Nevada..?) y nos va mostrando toda la vida, que captan del lugar, ese equipo de técnicos antes referido; en muchas de las manifestaciones de esa vida, en ese aparentemente “muerto territorio” y donde la lucha por la supervivencia y la continuidad es algo inenarrable. No puedo extenderme ya que necesitaría muchos folios, por ello iré al tema concreto.
El hecho ocurre en la noche del desierto (sabemos de las noches frías de éstos áridos terrenos) y en esa noche precisamente es cuando “aquel ser vegetal”, tiene que abrir una flor, que ésta sea polinizada por otro ser y todo ello en un tiempo calculado al máximo, puesto que la apertura de la no pequeña flor, el esparcir sus aromas para que acuda el polinizador, la propia polinización y el cierre posterior del capullo; tiene que tener lugar en la madrugada de ese día y antes de que los rayos del ardiente sol, sean lo suficientemente fuertes como para quemar tan delicado recipiente, “continuador de la vida a través de la reproducción”. La escena se ofrece completa y aquellos técnicos y sus cámaras, nos ofrecen el final ó máxima altura, de aquel, gigantesco “Saguaro” (cacto gigante) donde ya muy erecto, se muestra un gran capullo que sobresale grandemente de la capa de afiladas púas con que se defiende este vegetal; lentamente empieza a abrir la flor y pasado un tiempo (bastante lento) se muestra la flor (bellísima –todas lo son y las de las cactáceas lo son especialmente) y luego poco tiempo después, viene “el polinizador” (puede ser un insecto o un diminuto murciélago, que vienen a beber del rico néctar que tan gran flor les ofrece) y la flor es polinizada varias veces, pues sabido es que éstos polinizadores han de transportar los componentes masculinos y femeninos de una flor a otra, para que se produzca, “la universal reproducción que continua la vida en toda su grandiosa variedad”. Efectuado ello y de alguna manera, detectado por la propia planta en sus “mecanismos” de vida; la flor empieza a cerrarse de forma controlada y llega a convertirse en un recipiente hermético, el que cuando llega el ardiente Sol, va con sus rayos solares en aumento constante, haciendo una especie de “remodelación ó fundición” de todos los elementos protectores de dicha flor, hasta que “los curte” y ese curtido es precisamente el cierre hermético que va a proteger el germen de vida que ya late en su interior y que será, “un nuevo brazo o un fruto del imponente saguaro”.
Bueno, pues este mismo verano, personalmente he podido seguir el mismo proceso en ese pequeño campo-huerta-jardín, que poseo cerca del “poblado-ciudad de los iberos” del “Puente de Tablas”. Y ello ha sido posible por cuanto hace un par de años me regalaron unos “cactos”, similares al “saguaro” en su apariencia terminal (cúpula por denominarlo de alguna manera) pero de ínfimo tamaño en relación a aquellos; son igualmente redondos y también de un grosor considerable. Este verano han florecido algunos y asombrosamente sus flores, son más largas que su propia corpulencia, fuertes como la que he descrito, de una belleza difícil de explicar y que va del blanco a un rosado tenuemente destacado, desprendiendo un aroma exquisito y con una carnosidad y exuberancia digna de mención. Su proceso empezó al atardecer de un día y su culminación al siguiente, al llegar el Sol a su cenit... “no han vuelto a abrir”, pero si que he detectado, tiempo después, a, “sus pequeños hijitos y en forma de diminuta bola de pinchos apretados”, que luego irán tomando la forma redonda de “su padre-madre”; es claro que yo no estuve “de guardia” toda la noche, por cuanto ni era preciso ni me aportaría nada que ya no supiese.
En alguno de mis viajes, también me traje una “cactácea” singular y que aquí denominan como “diente del diablo”. Otra maravilla, cuya flor cuando la vi surgir por primera vez, me dejó también... bastante pensativo; creo sinceramente que conviene detenerse y ver y mostrar (a quien no sabe, sobre todo a los niños) esas maravillas Del Creador. “Viendo todo ello, la verdad, uno se considera muy poco importante”.
También en esas observaciones y consiguiente meditación reflexiva, se encuentran unos estados de paz y concordia, dentro de uno mismo, que como “medicina divina”, aportan algo que enriquece enormemente a cualquier ser humano.

Antonio García Fuentes (Escritor)
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Jaén: Puente Tablas: Agosto de 2000
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Antonio García Fuentes
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