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LAS TRES MONEDAS o cuando un pueblo dice basta (y II)  	(Cuento)    	 Por ello no tuvieron más remedio o solución que organizarse y presentar batalla, puesto que si tenían que perder sus pocas pertenencias e incluso la vida, era mejor "morir matando"... q FONDOq233%LAS TRES MONEDAS o cuando un pueblo dice basta (y II)  	(Cuento)    	 Por ello no tuvieron más remedio o solución que organizarse y presentar batalla, puesto que si tenían que perder sus pocas pertenencias e incluso la vida, era mejor "morir matando"... q FONDOq2 33% [ 1 ]
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25012018

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LAS TRES MONEDAS o cuando un pueblo dice basta (y II)  	(Cuento)    	 Por ello no tuvieron más remedio o solución que organizarse y presentar batalla, puesto que si tenían que perder sus pocas pertenencias e incluso la vida, era mejor "morir matando"... q Empty LAS TRES MONEDAS o cuando un pueblo dice basta (y II) (Cuento) Por ello no tuvieron más remedio o solución que organizarse y presentar batalla, puesto que si tenían que perder sus pocas pertenencias e incluso la vida, era mejor "morir matando"... q




LAS TRES MONEDAS o cuando un pueblo dice basta (y II)
(Cuento)


Por ello no tuvieron más remedio o solución que organizarse y presentar batalla, puesto que si tenían que perder sus pocas pertenencias e incluso la vida, era mejor "morir matando"... que morir "como mueren los corderos".
Tendieron trampas o emboscadas en las entradas de las aldeas o en lugares angostos y de paso obligado; y con simples hondas, palos, rudimentarias armas y herramientas agrícolas, o simplemente "a peñonazo limpio", fueron eliminando enemigos y apoderándose de sus propias armas con las que fueron paulatinamente haciéndose más fuertes; conocedores del territorio palmo a palmo, pudieron dispersarse y luego reunirse en lugares inaccesibles para las tropas regulares y así poco a poco, escaramuza a escaramuza, combate a combate, batalla a batalla y antes que desde otras zonas del Imperio llegasen refuerzos, aquellos desesperados habitantes de aquella provincia, llegaron a la capital como tropa ya imparable e invencible; cercaron la misma, se apoderaron de ella y tras el oportuno asalto final y "pasados a cuchillo" cuantos se opusieron a ellos, sitiaron al gobernador en su propio palacio, del que tras varios intentos y en un encarnizado combate cuerpo a cuerpo, pudieron desalojarlo y apresarlo vivo, pues esa fue la máxima consigna convenida por los diferentes jefes rebeldes, o sea que..."a aquel gobernador había que conseguir cogerlo vivo y a ser posible sin daño alguno".
Aquel gobernador -cuyo nombre que importa-
fue reducido y pese a que muchos querían someterlo a tormentos atroces o matarlo simplemente ahorcándolo en la propia entrada de su palacio, se impuso la fuerza de varios de los jefes rebeldes, los que ya y antes de éste hecho, habían convenido lo que habrían de hacer con aquel insaciable gobernante, el que aún a sabiendas de cómo había encontrado el territorio a gobernar, desde su llegada sólo tuvo una meta, dejar sin apenas recursos a todos sus gobernados y atesorar todo cuanto pudiese, puesto que había dicho al llegar... "me será suficiente con un año para volver rico y poderoso junto al Emperador y vivir en la capital el resto de mi vida".
Por todo ello a aquel sujeto se le puso en prisión y bajo muy estricta vigilancia efectuada por personal de plena confianza de "los cabecillas" de la sublevación, los que reunidos posteriormente acordaron como juzgarlo y la condena que le iban a imponer, la que indudablemente sería pública y de cuyo acto, se le enviaría un completo informe al propio Emperador.
Así un día y poco después del amanecer, cuando ya lucía plenamente el Sol y tras anuncio del juicio por todo el territorio, se reunieron en una gran explanada una gran multitud.- En el centro de la misma se había construido un amplísimo escenario, que serviría de sala de juicios y posiblemente de "cadalso" y así, sobre las once de aquella mañana empezó el juicio que sería muy breve como veremos.
Hicieron comparecer a aquel gobernador, el que adrede vistieron con sus mejores ropas y atributos, lo sentaron en su propio trono y allí permaneció custodiado de forma que no pudiese moverse ni un solo paso del lugar asignado.
Frente a él, se situaron en pie siete hombres, que fueron elegidos entre los jefes de "partida" de aquel irregular ejército vencedor; al lado de los mismos ya había situado un herrero de los muchos que había en aquella provincia y el que mantenía un gran hornillo con un fuego intenso y sobre él, ya humeaba un pequeño recipiente o "crisol", el que debía ya estar cuasi al rojo vivo.
Ante la expectación y el griterío que formó aquella multitud sedienta de justicia o venganza, se mandó tocar "unas cuernas" y se impuso silencio diciendo que el juicio iba a empezar y "que acabaría pronto", por lo que la muchedumbre sorprendida por aquel lacónico anuncio, enmudeció y esperó no sin demostrar signos de evidente impaciencia.
En un momento uno de aquellos hombres y el que indudablemente había sido elegido para tal acto, desenrolló un pergamino, avanzó unos pasos y situándose frente a frente al gobernador, con voz potente leyó y dijo.
-¡Gobernador!... Ya te hemos juzgado y condenado y la sentencia es inapelable y será ejecutada ahora mismo; esperamos que surta el efecto que pretendemos y con ella, vengan a éstas tierras otras etapas de buen gobierno y una justicia que nos satisfaga a todos, pues no nos rebelamos contra el Imperio ni contra el Emperador, puesto que "algo o alguien ha de gobernarnos mientras nosotros no seamos capaces de ello", pero si que queremos con este hecho, el significar nuestra inquebrantable decisión de morir o matar a quienes como tú, son peores que las más crueles alimañas que en la tierra viven... por ello y como ejemplar castigo, vas a recibir algo que tanto has ansiado, o sea "el oro" y lo vas a recibir en forma de "éstas tres monedas" que estás viendo.
Al pronunciar aquellas palabras, aquel hombre sacó de una bolsita tres monedas de reluciente oro y en las que figuraba la efigie del emperador; mostradas las mismas al gobernador y al pueblo, todos quedaron silenciosos y perplejos por lo que en principio parecía ser "un sin sentido"; pero aquel hombre habló de nuevo girando el cuerpo y dirigiéndose al herrero.
-Toma éstas tres monedas herrero, échalas en ese crisol y que las mismas se derritan hasta convertirse en líquido, después... "que se lo beba el gobernador".
Aquel gobernante (aterrorizado) quiso saltar de su trono, pero fue retenido en el mismo, atado concienzudamente y llegado el momento... "le fue echado el oro por su garganta... y así fue saciado de tanta sed como sufrió por sus ansias de oro y de poder".
Aquello sobrecogió a todos los asistentes, puesto que nadie esperaba aquella terrible y rápida sentencia de muerte, pero aquel hecho trascendió no sólo por todo aquel Imperio, sino por "otros muchos imperios y por ello lo supieron todos los gobernantes de los mismos"... y si ello no acabó con la avaricia de los malos gobernantes, al menos en aquella provincia, hubo "unas cuantas generaciones" que vivieron en cierta paz y justicia, pues cada nuevo gobernador que llegaba a la misma, los funcionarios y al recibirlo... lo primero que hacían era contarle el caso... "de aquel gobernador y las tres monedas de oro que hubo de tragar en forma de hirviente y mortal líquido".



Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
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