Un nuevo héroe se ha entronizado en la reciente reescritura oficial de la historia. En ocasión del aniversario del combate de Obligado –con fastos acaso más adecuados a una victoria que a una derrota– la efigie de Juan Manuel de Rosas apareció en la escenografía de cadenas gigantescas que rodearon a la Presidenta en su intervención por cadena nacional.
Es cierto que este pudiente estanciero luchó contra las potencias europeas que intentaron mellar la soberanía argentina. También lo hizo el dictador Videla, cuando estuvo a punto de entrar en guerra con Chile por el canal de Beagle. Y, otro, Galtieri, que encabezó el único intento de recuperación de soberanía de las islas Malvinas desde que Inglaterra se apropiara de ellas, justamente en tiempos de Rosas. Nada de eso los convierte, por cierto, en figuras patrias.
Ahora este opulento representante de los intereses de los grandes hacendados, la oligarquía rural de la provincia de Buenos Aires, de alianza inalterable con sus primos Anchorena y con los Ezcurra, deviene repentinamente, según la historia en plena fragua, en paladín de los intereses populares. A este impiadoso masacrador de indios no se le dispensa el mote de genocida con que se maltrata la memoria de Roca.
Un episodio en la vida del Restaurador de las Leyes nos puede dar idea de su magnitud y aptitud como gobernante y también ayudar a entender la simpatía que despierta hoy en el elenco oficial.
Traídos los hermanos Reinafé a Buenos Aires, luego de haber sido juzgados en Córdoba y hallados inocentes del asesinato de Facundo Quiroga, Rosas los vuelve a juzgar aquí, con la horca lista. El abogado de acusados, Marcelo Gamboa, envía una obsequiosa carta al Restaurador de las Leyes, encabezada con un puntual “¡Viva la Federación!” y terminada con un “Vivan los Federales. Mueran los Unitarios”, en la cual “suplica” autorización para publicar “por medio de la imprenta” los argumentos de la defensa.
Rosas, de su puño y letra, el 17 de octubre de 1836, le ordena al coronel edecán del Gobierno que cite a Gamboa para comunicarle: Que sólo un atrevido, insolente, poícaro, impío, logista y unitario ha podido cometer el avance de interrumpir las altas y delicadas atenciones del Gobierno con semejante, tan sin fortuna como inoportuna y atrevida solicitud.
Que sólo un unitario desagradecido y bribón, ha podido concebir la idea de querer la publicación aislada de la defensa de los feroces ejecutores de una mortandad sin ejemplo en la historia del mundo civilizado; que solamente un hombre que haya renunciado a toda idea de religión, de honor y respeto al Gobierno y a la opinión pública, y en consecuencia de su perversidad, no alimente sentimiento alguno de amor y respeto al honor nacional (....).
Que en su virtud y en pena de su descarada insolencia, en el acto sobreraye (es decir, que tache y censure) por su propia mano uno por uno, todos los renglones de su atrevida representación.
Que por todo y siendo su delito no sólo por el avance anteriormente expresado, sino también por la conducta que ha observado en sus conversaciones públicas y privadas, conducta inicua alarmante y en todos sentidos ofensiva a los altos respetos debidos al Gobierno, se le ordena: - Primero: Que hasta nueva resolución superior no debe salir más que veinte cuadras de la plaza de la Victoria (hoy, de Mayo).
- Segundo: Que no debe ejercer su oficio de abogado, ni hacer escrito alguno de ninguna laya por más simple e inocente que sea.
-Tercero: Que no debe cargar la divisa federal, ni ponerse, ni usar, ni en público ni en privado, los colores federales. (Lo que suponía un peligro mayor: era obligatorio usar la divisa punzó para salir a la calle).
- Cuarto: Que por cualquiera infracción de las tres prevenciones anteriores será paseado por las calles de Buenos Aires en un burro ‘celeste’ y castigado además según el tamaño de la falta.
- Quinto: Que si tratase de fugar del país luego que sea aprehendido será fusilado.
El todopoderoso líder de la Confederación Argentina con su firma ponía en capilla a un abogadito audaz, cuyas huellas pierde la historia. Y expresaba con toda claridad su pensamiento sobre la libertad, el uso del papel y de la prensa. No resulta extraño, entonces, que este precursor del surrealismo, que persiguió el uso del azul y el celeste aún en manteles y vajillas, y de los grupos parapoliciales, con la Mazorca, integre con todos los honores el panteón nacional de la nueva historia.

Marcelo A. Moreno
El Disparador
Clarin
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Desde hace rato vengo inicistiendo que la historia se utiliza de acuerdo a las politicas de turno, y mas que nada para sacarle provecho, emparentando hechos del pasado con actos del momento.
El articulo del periodista Marcelo A. Moreno, tira por la borda...en este caso al Parana, toda la parafernalia oficialista que contó con la colaboración del historiador Pacho O`donell.
Es una pena que el eximio historiador y contra-parte de Pacho, haya fallecido hace unos años con el Sr. Garcia Hamilton, ya que este tenia los mismos logros y laureles que Pacho, y no como el Sr. Moreno, al que seguro le adjudicaran que no tiene los conocimientos necesarios porque no es historiar.....bien estoy de de acuerdo, yo tampoco soy historiados, pero me enseñaron a leer...y en especial a pensar....y por lo tanto, estoy totalmente de acuerdo con el Sr. Marcelo Moreno.-