"Ya no hay códigos." La frase no está en boca de Riquelme ni Maradona, sino en la de un turista frente al salto Dos Hermanas, en las cataratas del Iguazú. La situación es la siguiente: una pareja contempla la caída de agua sin moverse de la baranda, y este hombre espera a que se corra, para tomarle una foto a su mujer. La pareja además se besa y el hombre no se anima a interrumpir, entonces bufa por la falta de... códigos. Ya nadie piensa en el amor.
Si los famosos códigos en el fútbol quedan en el vestuario (quién sabe cuáles son exactamente), en materia de turismo ni siquiera bajan del avión en el caso de viajeros que desean guardar una imagen de absolutamente todo. Están los que piden una foto frente a cada monumento, montaña o arbolito; los que dan su cámara a todos los mozos para que tomen la foto grupal (aunque ya tengan otras tres máquinas además de la bandeja), o quienes se pierden, con aires de artistas, en las callecitas de una ciudad cualquiera y dejan esperando horas al resto del grupo.
Pero los grandes dilemas en relación con las fotos aparecen a la hora de captar imágenes de otras personas, generalmente lugareños. Muchos se plantean si deben pedir permiso antes de disparar, si es ético tomar una imagen de una situación difícil o si deben reprimir su deseo de llevarse el recuerdo para respetar la creencia del otro. Habitantes del Noroeste, por ejemplo, deben lidiar con aquellos que intentan obtener su imagen, sin importarle que, para ellos, de esa manera les roban el alma. ¿A quién le gusta además sentirse blanco de las fotos por ser exótico ?
Ante el viajero sin cortesías, hay lugareños que aprovechan la situación. En Cartagena hay falsas palenqueras en todo el casco antiguo, que cargan frutas sobre sus cabezas (en una palangana) y esperan a que el turista les tome una foto para pedirles propina de manera airada. Algo parecido ocurre en La Habana Vieja, donde coloridas señoras esperan, a pasos de la Bodeguita del Medio, ser fotografiadas sin permiso, para increpar con elegancia a los viajeros, quienes piensan haberlas encontrado de casualidad.
Uno de los casos más notorios está en Salvador de Bahía. La plaza principal de su casco antiguo suele reunir a simpáticos practicantes de capoeira, quienes al escuchar el clic de la cámara pierden de golpe su encanto y se enfrentan con los viajeros. No es que les moleste, sino que cobran por las fotos, con tarifa fija; muestran un cuadernito con el precio, que ronda los 5 dólares, e increpan en grupo. Están muy bien organizados y no hay manera amable (son muchachos enormes) de irse sin unas monedas a cambio. Pagar por una imagen es, justamente. uno de los temas que según los códigos fotográficos no debería hacerse. Es un tema de límites personales que algunos cruzan y otros no.
El país de las fotos por excelencia es la India. No sólo por sus colores, costumbres y monumentos, sino también por experimentar allí, de una manera distinta, el fenómeno del exotismo. La mayoría es de lo más amable cuando uno pide permiso para obtener una imagen, incluso en ceremonias pequeñas, donde el viajero puede muchas veces participar. Tan maravilloso es ser invitado a estos encuentros familiares que resulta incómodo tomar la cámara y disparar. Pero quienes igualmente desean hacerlo, no tendrán ningún problema.
Lo más curioso en la India es, sin embargo, ser el blanco de las cámaras ajenas. Tuve la oportunidad de viajar allí con dos compañeros casi rubios. Si todos los extranjeros llaman la atención, ellos lo hacían demasiado, según comprobamos en cada lugar. Hay que tener en cuenta que en este país con mil millones de habitantes, prevalece el turismo interno: una parte de la población viaja de un lugar a otro para conocer bellezas como el Taj Mahal. Y lo hacen con sus cámaras, sin ningún pudor en retratar a los extranjeros, sobre todo a los de tez blanca. Ante esto, mis compañeros casi debieron abandonar sus pretenciones de tomar fotografías y dedicaron su visita a posar ante la cámara de otros. En cada monumento, se armaban filas de hasta 50 personas para tomarse una fotos con los rubios . Fue un intercambio curioso, siempre con muy buen humor, para experimentar el exotismo también en carne propia.

Publicado por Martín Wain / 20 de marzo de 2011 / 1.45 A.M.
Tags: fotos que molestan; exotismo; India

La Nación (Edición impresa)