En Sudáfrica uno tiene la sensación de que todo es posible.Por su historia reciente. Por sus bellezas naturales. Por su gente. Parece una tierra bendecida en la abundancia y renegada en los contrastes. Todo es mucho o es poco; es bello o violento; épico o denigrante. Y, a lo mejor, todo eso junto también. Logró pasar de un sistema político deshumanizante- el apartheid- a una democracia estable, no sin tensiones, es cierto, llevados de la mano del ángel pacificador, Nelson Mandela, hacedor del milagro sudafricano. Y, en rigor, por el grupo de brillantes dirigentes negros que acompañaron su figura. Esa es la gran historia de Sudáfrica y su singularidad. Su transformación, que todavía está en ciernes y que por estos días-además- vibra con la proximidad del Mundial de Fútbol. Un evento que, se sabe, cobra una trascendencia planetaria. Y así como se espera, se critica y se teme.
El gobierno sudafricano invirtió muchísimo dinero- se calcula que unos dos mil millones de dólares- en la construcción y remodelación de impactantes estadios, algunos erigidos en las narices de una pobreza que se hace una deuda urgente para millones de personas. Florecen modernos aeropuertos, hoteles y obras de infraestructura, muchas de ellas necesarias y hasta imprescindibles. La crítica viene con la excusa del dinero que no invirtió con el mismo ahínco para paliar los requerimientos sociales básicos de gran parte de la población. Para los más optimistas ésta es una simplificación
interesada del esfuerzo que hace Sudáfrica para albergar la primera Copa del Mundo que se juega en el continente africano. La contracara- retrucan- es la cantidad de puestos de trabajo que se crearon alrededor de estas construcciones, donde fueron capacitados desocupados en buen número. Otro lado del prisma dice que esa misma mano de obra se dio por enterada enseguida que el trabajo tenía fecha de vencimiento y así fue como empezaron y las huelgas. Porque además de ser un trabajo temporal, la paga no era buena.
La pregunta que asalta, entonces, es qué pasará "el día después", cuando Sudáfrica 2010 tenga su campeón, los hinchas extranjeros- medio millón, calculan- dejen el país y todo vuelva a lo cotidiano. ¿Cúal será la herencia? ¿Papel picado y alegría fugaz? ¿O el país obtendrá lo que tanto se pide: inversiones que generen trabajo? Ahí reblandecerán las deudas o las esperanzas. Mucho se habló del descontento social que vive Sudáfrica. Reclamos que no son nuevos pero hoy ocupan el lugar de la noticia porque el Mundial está cerca. Una injusticia mediática y oportuna. Así y todo, es cierto que en los últimos meses en diversos townships- por caso, en la periferia de Johannesburgo- se hicieron algunos "piquetes". Camino a Soweto, un día cualquiera, una columna de humo cortaba la autopista. Un grupo de personas quemaban gomas y cortaba el tránsito para protestar por la falta de viviendas, de agua, de luz. En fin, pedían por sus necesidades básicas. "Estamos cansados de que el Estado no haga nada", clamaban. Y más allá de este reclamo justificado, enseguida, también, uno se entera de las pujas políticas que provocan estos climas de cara a las elecciones que llegarán en un par de años. Como sea , el descontento es díficil de palpar cuando se llega al aeropuerto de Johannesburgo, dónde es válido dudar si el avión llegó al Äfrica del prejuicio, la de un continente empobrecido. Así de lujosa y extravagante es la bienvenida. Una simplificación obvia que conlleva el error - histórico, incluso- de no pensar en el país como "el distinto" entre sus miserables vecinos. Que lo es: por historia social y económica , y por su increíble riqueza natural, que atrae a 9 millones de turistas por años (que no es poco). Por lo tanto, si había una nación donde organizar el primer mundial en tierra africana, ése país era Sudáfrica. De ésto , nadie duda--------------------------------
(Parte del texto de Alba Piotto para Clarín)