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Antonio López y yo    	Aun cuando, “ni llegamos a conocernos”; pero sí, “estuvimos y dormimos bajo los mismos techos, en aquella larga mili compartida, en la que más que soldados del ejército español, éramos como presos, por la rigidez y circunstancias en FONDOq233%Antonio López y yo    	Aun cuando, “ni llegamos a conocernos”; pero sí, “estuvimos y dormimos bajo los mismos techos, en aquella larga mili compartida, en la que más que soldados del ejército español, éramos como presos, por la rigidez y circunstancias en FONDOq2 33% [ 1 ]
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26082021

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Antonio López y yo    	Aun cuando, “ni llegamos a conocernos”; pero sí, “estuvimos y dormimos bajo los mismos techos, en aquella larga mili compartida, en la que más que soldados del ejército español, éramos como presos, por la rigidez y circunstancias en Empty Antonio López y yo Aun cuando, “ni llegamos a conocernos”; pero sí, “estuvimos y dormimos bajo los mismos techos, en aquella larga mili compartida, en la que más que soldados del ejército español, éramos como presos, por la rigidez y circunstancias en




Antonio López y yo

Aun cuando, “ni llegamos a conocernos”; pero sí, “estuvimos y dormimos bajo los mismos techos, en aquella larga mili compartida, en la que más que soldados del ejército español, éramos como presos, por la rigidez y circunstancias en que nos hicieron vivir”. Es una pequeña historia ocurrida en los años 1960-1961; primero en “el desierto de Almería; y luego en el otro de Melilla”, donde miles de hombres fuimos a “servir a la patria” (y es un decir puesto que en España unos tienen patria y otros no, y muchos incluso reniegan de ella). Aunque el hoy famoso pintor, que es dos años mayor que yo (nació en 1936) pero le hicieron hacer la mili con los que nacimos en 1938; se supone que, “circunstancias especiales y que desconozco le obligaron a ello”; al hoy, posiblemente más famoso de los pintores españoles de su época, y por el que se pagan sus obras a muy altos o “altísimos” precios; cosa muy comprensible para mí, puesto que este artista, con su “escrupuloso realismo”, merece ello, y no los que, “pintando a brochazos o con regadera, se dicen pintores y además a algunos les pagan sus horrendas obras, a peso de oro”; pese a que ya Miguel de Cerbantes (firmaba con b) sentenciara que… “El buen pintor imita a la Naturaleza… el malo la vomita”. Incluso el también famosísimo Picasso, confesara y por escrito, lo que sigue: “A fuerza de divertirme (está hablando de su época cubista) con todos estos juegos, con todas estas paparruchas, con todos estos rompecabezas, jeroglíficos y arabescos me he hecho célebre y muy rápidamente. Y la celebridad significa para un pintor; venta y ganancias, fortuna y riquezas. Y hoy como usted sabe, soy célebre, soy rico. Pero cuando estoy a solas conmigo mismo no tengo el valor de considerarme como artista en el sentido grande y antiguo de la palabra. Grandes pintores fueron Giotto, Ticiano, Rembrandt y Goya; yo soy solamente un entretenedor público que se ha aprovechado lo mejor que ha podido de la imbecilidad, la vanidad y la avidez de sus contemporáneos. La mía es una amarga confesión, más dolorosa de lo que se pueda parecer, pero tiene el mérito de ser sincera”. Pero volvamos “al desierto”.
Fuimos los primeros y como “casi esclavos”; los reclutas de las “cajas de reclutamiento” de Jaén, Úbeda, Granada y Guadix (o sea los de las provincias de Jaén y Granada), “los elegidos (mejor condenados) a adecentar e instalar, aquellos lugares, donde íbamos a permanecer unos siete mil (o más) reclutas de toda España (las guarniciones africanas, y por el sorteo anual, las surtían así). Fue el 15 de marzo, cuando nos convocaron, y fuimos metidos en aquellos viejos trenes y vagones de asientos, de largueros de madera y donde viajamos con la comodidad que se imaginen.
CAMPAMENTO ÁLVAREZ DE SOTOMAYOR: Viator (Almería): Aquel desértico lugar fue, primero instalado para adiestrar y aclimatar tropas para las “guerras de África de primeros del siglo XX” (donde tantos desastres y tantos hombres murieron o quedaron lisiados de por vida); luego se abandonó; posteriormente fue empleado como campo de concentración, para la tropa republicana y represaliados de la terrible guerra civil de 1936-1939 y cuyas secuelas llegaron hasta 1965 donde es fusilado, el último represaliado y que se llamó Julián Grimau. (“Hoy no faltan canallas que quieren revivir todo ello, simplemente por cuanto viven opíparamente vertiendo venenos”) Tras terminar aquel improvisado penal para “desgraciados”; se volvió a abandonar aquel erial, en el que había una serie de barracones y eso sí, mucho mejores instalaciones para jefes y oficiales, pero para la tropa, “ni agua”, puesto que la tuvimos racionada todo el tiempo; y yo en mi vida, he estado tan sucio y maloliente, debido a ello (pero esto es otra historia que nos alcanzó a todos los que allí fuimos llevados a la fuerza; y no cuento más).
Llegados a aquel “desierto” y en “trenes de ganado” y sin darnos ropa militar, por lo que tuvimos que “desgastar la nuestra”; nos ponen a trabajar
puesto que los barracones destinados a la tropa y anexos, estaban, “sólo blanqueados” y casi tan sucios, “como las cuadras de cualquier cortijo descuidado”; por lo que lo primero fue barrerlos, pero no había escobas ni recogedores, ni siquiera carrillos para acarrear “los lastres que había”. ¿Solución? La de aquel ejército de entonces, y por voz de los sargentos que “nos aparejaban”: ¡Buscad ramas y lo que por ahí encontréis, pero esto ha de quedar limpio y en perfecto orden de revista! Y allí “nos tienes”, a más de doscientos cincuenta jóvenes, “ya asustados y temerosos”; buscando arbustos, cartones, y “yo que sé”; pero aquello y con sumo esfuerzo y tiempo excesivo, por los medios que había, quedó medianamente barrido y limpio, hasta que “los capitanes” dijeron basta. Es claro que el presupuesto de aquella limpieza, “se lo quedó alguien”, puesto que ya es sabido que en la administración oficial, “el que no roba es porque no tiene dónde”; y aquello de, “todo por la patria, resultaba lo que dice el chiste, que asevera que todo es por la tapia”. En las comidas, nunca vimos en nuestras mesas (allí y luego en el cuartel muchos más, pues en Melilla, se mataban dos grandes cerdos y una vaca o toro adultos, cada día, pero las carnes nobles, se perdían del menú del artillero, e iban a otras mesas) aunque allí en el campamento siempre comíamos en el suelo, y donde cada cual podía; como luego en el cuartel, dónde sólo había comedor, para menos de la mitad de tan grande guarnición; por todo ello, más que en paz, estábamos en estado de “guerra”.
Después hubimos de montar “el mobiliario”; consistente éste, en literas metálicas, acoplables en unidades de seis camas y en tres alturas; acarreo de aquellos pesados “muebles” a “lomos de hombre”, puesto que no hubo vehículo alguno, para el traslado de una larga distancia a la otra, donde había que hacer el montaje; sólo nos dieron, una llave inglesa y cajas de tornillos; por aquel acarreo y siempre arreados por los “cariñosos sargentos y cabos primeros”; muchos terminamos, con heridas o cardenales profundos, en “nuestros más que cansados lomos”; pero ya se sabe, en la mili hay que cumplir la orden, aunque te mates o mueras; y así estuvimos, creo recordar que dos o casi dos meses, que junto a lo que luego siguió de “instrucción militar como guerrilleros”; yo pasé allí, los más terribles y duros 118 días de mi vida, seguidos luego de “la prisión militar que es (o era) para el soldado raso el servicio militar en aquella denominada “plaza de soberanía Española”. Y de lo que podría escribir un “largo libro”, dedicado a ello, pero ya incluí una parte, en mi novela, “1939/1963 25 años de lucha en España”; y en bastantes de mis escritos, cuando esos artículos lo han requerido.
Y ya estamos en el puerto de Melilla, donde llegamos en “un barco sucio, frutero o de ganado”, un muy caluroso día del mes de julio de 1960 y andando, cargados con todo el pertrecho militar de un soldado, amén de la propia maleta; andando nos llevaron, al muy lejano, cuartel de artillería 32 (de igual forma nos hicieron ir del campamento al puerto de Almería, distante varios kilómetros); regimiento muy numeroso (más de 1500 soldados, aparte de los “mandos”) compuesto de doce baterías, dos de ellas “de montaña”, con sus numerosos mulos y caballos amén de todo lo demás, lo que suponía ser, “los más esclavos del regimiento por el trasiego continuo y a todas horas cuidando ganado y utillaje”; tres baterías de cañones ligeros del 105 con dos ruedas; y otras tres de cañones pesados “o morteros” ( del 122/46), de fabricación rusa, y nada menos que procedentes de la I guerra mundial; y dónde yo fui a caer, como “oficinista”; puesto que buen mecanógrafo, y bastante “espabilado”; terminé haciendo todo el trabajo de la misma, mientras el suboficial y el capitán, “se tocaron las pelotas tan contentos”. A uno de los dos capitanes que tuve, hasta le hice, “una declaración jurada por su traslado de sus bienes a la Península, del cual sólo me dio, las gracias, asombrándose de que aquello lo hiciera un simple “artillero”, que nunca “sirvió en ningún cañón”, sólo, “barrigazos en el suelo en la eterna simulación de guerra de guerrillas”, y servicio de refuerzo de guardia en algunas noches, “de o sin luna”, que eran deliciosas, si aparte de la soledad, te hacían cantar, “agarrado al Máuser”, el alerta (¡Alerta el uno!, el dos, y así hasta el nueve) lo que te llegaba a dar miedo, y pese a que en el fusil, ya tuvieses en la recámara, cinco proyectiles, y el cerrojo, preparado, por si aparecía alguien que no te diera la contraseña de aquella guardia en aquella noche. Sí, es una experiencia o experiencias y a pesar de todo muy buenas, que “las juventudes de hoy, machos y hembras”, debieran haber seguido “sufriendo”; puesto que en la mili “se aprendían muchas cosas útiles y pese a lo negativo de todo lo demás”.

Y finalmente, “entra Antonio López y su arte. Allí en aquellas destartaladas instalaciones cuarteleras, sólo había dos dignas de mención, como bien acabadas, una era la dedicada a jefes y oficiales y cuerpo de guardia; y la otra en la explanada de aquel campamento, puesto que era más eso que un cuartel; el “templete o capilla al aire libre”, donde el oficiante (un cura ya como comandante militar, puesto que en ocasiones lucía el, “mantecado de ocho puntas” en su sotana) decía la misa obligatoria, y a la que se nos obligaba a asistir, perfectamente formados en orden militar y en traje de paseo, todos los domingos “y fiestas de guardar”.
Pero aquella capilla estaba vacía de ornamentos de iglesia; y un día apareció acristalada y “un artillero” en traje de faena, apareció pintando “de colorines” aquellos vidrios; lo que al final resultó una preciosa obra de vitrales, similares, pero más modernos, a los que vemos en muchas catedrales; nadie sabía, quién era aquel hombre que incansablemente hizo aquella bonita obra, por la que seguro estoy no le pagaron ni una peseta¸ y la que me gustaría ver; pero Melilla ya está muy lejos para mí, y en Internet no he encontrado la obra; si alguien la encuentra, agradeceré me dé la dirección para ver de nuevo, aquella hermosa obra… “realizada por un compañero de mili hace ya más de sesenta años”. Como también me sería grato, que este escrito llegara a manos de Antonio López; seguro que al menos, “sonreirá recordando sus vicisitudes en aquella Melilla de 1960-1961”.



Antonio García Fuentes
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