En estos días, todo el mundo anda con alguien soplándole la nuca. Al menos eso parece, a juzgar por el modo en que corre de boca en boca la frase que, en un rapto de inspiración, acuñó nuestro máximo ídolo popular.

Admonitorias, aquellas tres palabras de escándalo se derramaron del folklore futbolístico a los distintos órdenes de la vida nacional, hasta convertirse en un latiguillo que se prodiga sin hacer diferencias de clase o edad. Los de oído más fino la mentan, en e-mails o a viva voz, por sus iniciales: LTA. Con perdón de esas sensibilidades, digamos de una vez la frase de la que pocos se privan y que, por la popularidad que alcanzó, de algún modo ha de condensar el sentimiento que hoy prevalece entre los argentinos: "La tenés adentro".

Hay que reconocerle a Diego Maradona un ingenio capaz de crear metáforas llenas de sentido. Armado de la palabra, y aun sin proponérselo, el crack remite a la figura del poeta maldito: aquel que dice lo que los demás no se atreven a decir. Maradona se comporta fuera de la cancha tal como lo hizo adentro.
Lo desconcertante es que el temperamento que lo llevó a expresar su bronca en ese giro que hoy nutre nuestro acervo lingüístico es el mismo que le permitió dejar un tendal de defensores ingleses mordiendo el pasto y convertir aquel gol de origen divino.

Pero importa menos el poeta que la tierra fértil que encontró su metáfora explícita, marcada por los atributos de la violencia, para crecer y multiplicarse.

El flamante ex técnico de la selección la soltó en octubre pasado, durante la conferencia de prensa que dio tras el partido entre las selecciones de la Argentina y Uruguay. "Vos también la tenés adentro", le dijo, entonado por el triunfo y la clasificación al Mundial, a Juan Carlos Pasman, periodista que había cuestionado el desempeño del equipo. Interrumpió así la pregunta que el cronista empezaba a esbozar, dándoles a sus palabras, además, un tono de advertencia casi mafioso.

En aquella conferencia que fue noticia en los diarios del mundo, Maradona regaló otra metáfora del mismo carácter: "Que la sigan chupando".
La figura fue reproducida en remeras pero no tuvo la larga vida de la otra, que se inició en los comentarios que la gente empezó a colgar bajo el video de la rueda de prensa, inmediatamente subido a YouTube.

Hubo una víctima propiciatoria: en redes sociales como Twitter y Facebook, todos se acordaban de Pasman. Del mundo virtual la frase saltó al real. Ya en la calle, fue el estilete para hacerle sentir al periodista cada triunfo argentino en Sudáfrica.

Hasta que Alemania pinchó el globo.

Hubo que admitir entonces que aquel LTA original había sido dirigido a alguien que simplemente decía la verdad. Sin embargo, la ocurrencia se adaptó fácil a nuevos ámbitos y hoy se la escucha en plazas y oficinas, en barrios populares y en countries, en reuniones de amigos y en la televisión, entre estudiantes y hasta entre empresarios, que apelan a la versión aséptica -la de las iniciales- que creó el pudor de Juan Pablo Varsky y divulgó Twitter.

¿Qué lleva a asumir como propio semejante insulto? ¿Por qué una sociedad adopta como una gracia una expresión que, dicha por un ídolo, fue motivo de vergüenza pública a escala mundial?

En su versión original, la intención de la frase era callar al otro. La verdad debía ser silenciada. Aquello era una conferencia de prensa, pero no había allí diálogo posible. En todo caso, había una relación de dominación que ponía de manifiesto la disparidad de fuerzas. En el machismo recalcitrante del insulto, que ya goza de una independencia que excede a quien lo inauguró, esa dominación es en verdad un sometimiento que busca no sólo doblegar al otro, sino también verlo humillado.

De algún modo, Maradona verbalizó una realidad preexistente que nos alcanza a todos.
Vivimos en una sociedad violenta que, a falta de un marco respetado de convivencia, impone la agresión como instrumento para vencer al otro.
Toda sociedad encierra un sustrato de violencia.

En este sentido, la nuestra conoció épocas en las que esa pulsión adquirió proporciones monstruosas. Es evidente, de todos modos, que en los últimos años perdimos buena parte del terreno que, con avances y retrocesos, habíamos ido recuperando tras el regreso de la democracia.

Donde se ha suprimido el diálogo se impone la fuerza. Una fuerza que hay que hacer sentir al otro para que sea eficaz. Enfrentar, atacar, someter. Tal el método que ha venido desplegando el matrimonio presidencial para acrecentar su poder.
Cuenta con guerreros consustanciados con la filosofía del disciplinamiento.
Que son, por supuesto, los más disciplinados en la férrea jerarquía gobernante. Especialistas además en acallar las voces que dicen aquello que no les gusta.
En este punto, el mismo Kirchner, entrenado en el arte de amedrentar cronistas en ruedas de prensa, y Aníbal Fernández, que hace de la lidia con periodistas una gimnasia cotidiana, no le van a la zaga a Maradona. Cultivan, eso sí, una táctica más fría y calculada.

Kirchner se ha revelado como un maestro en llevar a sus enemigos a su propio terreno. En su lógica del "todo o nada" entró ahora Mauricio Macri, que acusa al ex presidente de estar detrás de su procesamiento en la causa por las escuchas ilegales y ha pedido, en un gesto extremo, su propio juicio político.
Podríamos caer en la tentación de creer que el afán beligerante de Kirchner ha hecho que la sociedad argentina se precipitara por la pendiente de la confrontación y la violencia. Eso sería, en todo caso, parte del problema.

Tal vez sea preciso reconocer que la soberbia, la prepotencia y el deseo de anular al otro que encierra la frase de Maradona no son patrimonio de unos pocos sino de buena parte de nosotros o de la sociedad que integramos. ¿Cómo explicar, si no, que suene tanto?

El éxito de la figura, que es también una apología del abuso sexual, revela además las contradicciones de una sociedad que acaba de promulgar el matrimonio gay. ¿Estamos preparados para dar ese paso?

El machismo y el fuerte contenido homofóbico de este nuevo refrán popular abren espacio para la duda. De todos modos, es difícil hallar respuesta, porque junto a los legisladores que votaron de acuerdo con sus convicciones (todas respetables) hubo en el recinto importantes dosis de hipocresía y cinismo. Una ley que debe ser reflejo de la forma en que una sociedad vive y piensa se convirtió en un trofeo político al servicio de la única obsesión oficial: el poder.

Se ha dicho: el Gobierno intentó hacer de Maradona una nueva espada para la causa.
Más allá del fracaso en Sudáfrica, el inconveniente es que el ídolo es indisciplinado y, al revés de los políticos, siempre dice lo que piensa. Algo parecido ocurre con el lenguaje: tarde o temprano plasma en palabras las tensiones que anidan en un grupo social. "Fue un desahogo, no quiero que me tomen de ejemplo", dijo Maradona tras la célebre conferencia de prensa. En vano, porque el exabrupto ya había echado a volar su vida propia.

La frase de Maradona -que, como casi todo en el país, termina siendo tomada como una gracia- fue tanto un insulto como un diagnóstico. A su modo brutal, también vino a decirnos cómo nos sentimos todos. Si no lo cree, recuerde los índices del Indec durante su próxima visita al supermercado. © LA NACION