Esta es la historia de cómo un olvido en la lista del supermercado nos traslada a los inicios del Renacimiento, lo que demuestra que el mensaje de Avatar -el último filme del genio Cameron- no es absurdo. Todo está conectado.

Lomo, chinchulines, molleja, manos grasientas y el olvido del que hablábamos: no había servilletas en la mesa. Alguien insinúa en medio de un calor tórrido estival usemos al gato, un hermoso felino tibetano de ojos azules que esperaba algún resto del festín al borde de la mesa, y ahí, entre el asombro de los comensales hartos de delicias, entra en la sobremesa el gran Leonardo, Da Vinci, claro.

Humanista, considerado como uno de los más grandes pintores de todos los tiempos y como genio multifacético era también un gastrónomo, de aquellos que sientan bases para la historia de cualquier campo del saber y en este caso de lo epicúreo.

Da Vinci, a finales del 1400, escribió unas bitácoras culinarias que llegaron hasta nuestros días y que son conocidas como el Códex Romanoff. En los cuadernos el italiano habla un poco de todo, utensilios de cocina, recetas, maneras en la mesa y bizarrerías gastronómicas. En estos folios nos cuenta también cómo se le ocurrió inventar algo tan simple como la servilleta que se escapó a nuestra lista de compras y de la cual decidimos contar el origen del invento, falto de ellas en nuestro asado veraniego.

Leonardo estaba al servicio del Señor Ludovico, poderoso gobernador pero burdo en maneras, tenía el magno la costumbre de amarrar conejos adornados con cintas a las sillas de los convidados a su mesa, de manera que tras los banquetes tan habituales del fin del Medievo, pudieran limpiarse las manos pringues de grasas sobre los pobres bichos -una delicadeza si tenemos en cuenta que el noble Ludovico limpiaba sus cuchillos en los ropajes de sus invitados vecinos de mesa-.


Da Vinci, atento a cuanto sucedía a su alrededor enseguida cuestionó este comportamiento y con su brillante imaginación visualizó de inmediato un mantel en el que los invitados limpiarían manos y cuchillos tras la comilona.

Todo fue un fracaso pues, tras el primero de los festines en el que implementó su invento, los manteles habían quedado hecho girones e inservibles para ningún uso posterior, de modo que los comensales no entendieron el asunto. Caviló el genio y dio con la solución: habilitar a cada comensal con su propio pedazo de tela, que luego plegarían sobre la mesa manteniendo de esta forma el orden y la estética.

Parece ser que fue un nuevo fracaso, pero tenemos noticias de lo que pasó en la presentación social de la servilleta por boca de Pietro Alemanni, embajador florentino en Milán, en uno de sus informes de Julio de 1491. A la signora Florencia escribe:

“Como sus señorías me han solicitado que les ofrezca mas detalles de la carrera del maestro Leonardo en la corte del señor Ludovico, así lo hago. Últimamente ha descuidado sus esculturas y geometría y se ha dedicado a los problemas del mantel del señor Ludovico, cuya suciedad le aflige grandemente. Y en la víspera de hoy presentó en la mesa su solución a ello, que consistía en un paño individual dispuesto sobre la mesa frente a cada invitado destinado a ser manchado, en sustitución del mantel. Pero con gran inquietud del maestro Leonardo, nadie sabía cómo utilizarlo o qué hacer con él. Algunos se dispusieron a sentarse sobre él. Otros se sirvieron de él para sonarse las narices. Otros se lo arrojaban como un juego. Otros aun envolvían en él las viandas que ocultaban en sus bolsillos y faltriqueras. Y cuando hubo acabado la comida, y el mantel principal quedó ensuciado como en ocasiones anteriores, el maestro Leonardo me confío su desesperanza de que su invención lograra establecerse”.

Nació así la servilleta, a pesar de los malos presagios iniciales, ya ven que se popularizó con el tiempo. Nosotros en su falta nos lavamos las manos con una manguera, aunque yo vi que algunos simplemente se chuparon los dedos, los más descarados usaron la pileta como recurso, el gato se libró del ruin acto saliendo en estampida, claro. El asado perfecto, todos pidieron el reiterado y típico aplauso para el asador.