Lo que nos deja alelados del crimen de Carola Bruzzoni, a manos de su compañera de trabajo, Silvia Luna es la desproporción entre la ofensa -la presunta responsabilidad sobre circulación de un video porno que tenía a la victimaria por protagonista- y la reacción: un mazazo letal en la cabeza.

Domingo a la tardecita en la avenida Luis María Campos: un coche grandote titubea un poco antes de doblar y un motociclista debe clavar los frenos. El de la moto, sin bajarse, se acerca a la ventanilla y dice de todo. Y más, con madre incluida. Desafía al conductor para que se baje. A los minutos, aliviado quizá, se va. El otro queda con el vehículo clavado. En mínima expresión, más de lo mismo: por una nimia maniobra desafortunada, un planteo de pelea total.

No sé si habrá cosa de los hados, pero poco después, en la misma esquina, tres chicas tardan, distraídas por una animada conversación, en cruzar la calle cuando la luz del semáforo está cambiando. Un taxista, en medio del asfalto casi vacío, pasa cubriéndolas de insultos. Lo menos que les dice alude a una profesión que sin duda ellas no ejercen. La escena refleja una azorada desproporción.

Hace unos días, en Córdoba, a una joven de 21 años la cosieron de 30 puñaladas. Está grave. Quien lo hizo, huyó. La Policía calificó el hecho como pasional.

El miércoles de la semana pasada un prestamista de Liniers discutió con un cliente. Este lo mató a cuchillazos. Cuando el hijo de la víctima quiso intervenir, el asesino lo baleó.

Una creciente moda entre los jóvenes consiste en la gimnasia de molerse a golpes a la salida de los boliches, cosa que a veces, claro, termina en fatalidad.

Ni los programas de chismes de TV se salvan de este club de la pelea nacional: antes, se dedicaban a revelar romances, separaciones o adulterios; ahora lo que más le suma en el raiting es que dos o más vedettes o modelos se acribillen a insultos a cámara.

Encima, nada de esto se refiere puntualmente a la ola de inseguridad que padecemos, crecientemente, desde hace más de una década. Pero hablando de ella, el ministro de Justicia bonaerense, Ricardo Casal, reconoció que los delitos graves aumentaron en la Provincia un 35%. El cálculo lo hizo en base a aquellos que no permiten la excarcelación.

Es decir, que el temor no es que a uno lo asalten sino que, como estamos agobiados de saber día a día, que lo masacren para robarle.

Desmesuradamente, el gobierno nacional no presenta síntomas de hacer ni poco y ni nada para desactivar el clima de violencia que va enrareciendo a la sociedad.

Por el contrario, la semana pasada una diversa gama de funcionarios anduvieron discutiendo muy animadamente si revolear sillazos en medio de la presentación de un libro en la Feria constituia una barbaridad o apenas una variante dentro del campo de la libertad de expresión. Parecidas disgresiones derrocharon respecto de un aviso publicitario anónimo que escracha a periodistas del Grupo Clarín.

Por su parte, la Presidenta predicó que a los periodistas nos apliquen la vacuna antirrábica.

En sintonía, el miércoles las Madres de Plaza de Mayo (sector Bonafini) incurrieron en la parodia de un juicio contra algunos periodistas. Fue un acto que sólo sirvió para su propio desprestigio y de los que se prestaron a la farsa, ya que constituyó una burla a la genuina Justicia, la única que existe en un Estado de Derecho.

La historia argentina demuestra pavorosamente que a las palabras incendiadas, en general, le siguen actos incendiarios. Por eso, todo esbozo de sensatez clama por la concordia. Para mal de todos, no parecen entenderlo así quienes nos gobiernan.

Carlos Marx escribió que "la violencia es la partera de la historia". No resulta aventurado conjeturar que en nuestra historia la tal partera sólo produjo abortos.

Por Marcelo Moreno .