Entre el tsunami de maravillas con que nos revoluciona Internet sin parar la vida, se cuelan numerosos, molestos y variados desperdicios .

Uno de ellos es el troll. Se denomina así a aquel internauta que, parapetado en el anonimato, se pasea por todo sitio que ofrece lugar a comentarios, como foros y blogs, para esparcir su veneno en calidad de máxima pureza.

El espécimen es de la misma caterva de los que frecuentan los llamados sitios de odio , espacios virtuales donde descargan sus rencores xenófobos, racistas o sexistas contra una persona, un grupo o una nacionalidad.

Los trolls se meten en los debates en Internet e intentan corromperlos, desviando la discusión o llevándola a un nivel de zócalo . Insultan a los participantes, se burlan de sus argumentos, descalifican a diestra y siniestra inundando la discusión con su vómito infinito. Cuando se los expulsa, suelen volver con otro nombre y hasta otro lenguaje.

A qué responde esta actitud patotera, imbécil y pueril, es tema exclusivo de la psicopatología .

La excelente escritora y periodista Elvira Lindo, los definió con castiza claridad en el diario español El País : “Es lo que venía a ser un hijoputa de toda la vida pero a nivel virtual”.

Estos imbancables han desatado una discusión en “The New York Times” sobre el anonimato en la Red. Unos opinan que, para eliminarlos, hay que eliminar el anonimato. Y que los comentarios se firmen con nombre, mail comprobable o número de documento, como las cartas que se publican en los diarios.

Otros creen que terminar con el anonimato dejaría sin protección a los millones que viven en dictaduras o en regímenes autoritarios y que se amparan en el estatus de incógnito para resistir.

Y que convivir con los trolls resulta menos oneroso que el peligro de silenciar a los que temen ser identificados.

Para los miles de millones que creemos que la libertad de expresión es un derecho clave, es mejor andar pisando basura que acorralar a aquellos para quienes hacerse oír supone riesgos.

(Publicado el miércoles en la columna Disparador de Clarín el miércoles 15 de noviembre del 2011)